Título original: The Harrowing
Año: 2018
País: Estados Unidos
Duración: 108 min.
Director: Jon Keeyes
Guion: Jon Keeyes
Música: Todd Masten
Fotografía: Ron McPherson
Reparto: Matthew Tompkins, Hayden Tweedie, Arnold Vosloo, Arianne Martin, Michael Ironside
Un descenso en picado a los infiernos.
Desde hace años utilizo la expresión “el espectador de la fila cinco” para referirme a todos aquellos que intentan ser más listos que los creadores de una película y quieren adelantarse a los giros de guion. El síndrome de la fila cinco me brotó, al igual que los demonios en The Harrowing, tras los primeros minutos: los tópicos se acumulaban, todo resultaba falso e impostado, desde la fotografía hasta las actuaciones pasando por la música y los diálogos; quería tirar la toalla pero una vocecita en mi interior me pedía que esperase. Hice bien en seguir su consejo.
El detective antivicio Ryan Calhoum sufre una terrible perdida durante una investigación rutinaria. Sus pesquisas le llevan hasta una prestigiosa institución mental cuyo director, el doctor Franklyn Whitney, afirma que muchas posesiones demoniacas son incorrectamente diagnosticadas como enfermedades mentales. Con la ayuda de su jefe, el Teniente Logan, Calhoum intentará descubrir qué secretos oculta el doctor Whitney.
La jugada que se marca el director y guionista americano Jon Keeyes con The Harrowing es arriesgada ya que juega con el espectador al estilo de las películas de M. Night Shyamalan, pero su apuesta es aún más alta ya que el protagonista absoluto, Matthew Tompkins, resulta tan irritante que uno se plantea qué demonios vieron en él los encargados del casting… Gran error porque la cinta se va oscureciendo minuto a minuto y las pistas que Keeyes va plantando son tan sutiles que obliga al espectador a no perderse nada de lo que ocurre. Si tuviera que plantear un referente, ese sería One Cut of the Dead, del japonés Sinichiro Ueda, en función del giro argumental que da a mitad de su metraje y explica las incoherencias anteriores.
Matthew Tompkins, quedémonos con este nombre ya es capaz de engañar al espectador desde el primer plano, con un personaje que resulta tópico y repelente, pero esconde tantas sorpresas en su interior que demuestran lo claras que tenía las cosas Jon Keeyes porque sus gestos, forma de hablar y moverse, son el día y la noche desde el principio hasta el final.
Arnold Vooslo como el doctor Franklyn Whitney, cuya carrera ha estado condicionada desde The Mummy de Stephen Sommers, sorprende con su interpretación y esperemos que esta cinta le permita optar a papeles más satisfactorios; Michael Ironside, a pesar de su papel secundario, tiene un personaje con entidad propia y alejado del Fan Service de los últimos años, en que su presencia obedecía tan solo al revival ochentero.
Y si ya hemos hablado del nivel interpretativo, imposible dejar de comentar los trabajos del músico Todd Masten y el fotógrafo Ron McPherson que participan activamente en el truco que propone Jon Keeyes: tanto la música como la fotografía del principio no convencen y son como un muro de ladrillos donde se estrella el espectador… solo para descubrir, pasado el ecuador de la cinta, que hemos saltado a otro universo sin darnos cuenta. Atención a los diseños de las criaturas pesadillescas ya que funcionan a pesar de su sencillez.
El acierto de The Harrowing, esa apuesta arriesgada, puede convertirse a la vez en su mayor hándicap ya que es una cinta que exige al espectador un gran acto de fe. Si tu paciencia es finita te diría que le dieses tiempo hasta que llegue al giro, está ahí pero se hace de rogar, y si eres un espectador con ganas de ser sorprendido, The Harrowing puede ser tu último descubrimiento.
Firma: Javier S. Donate.
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